Sobre el capítulo 8. Comentó Polino…

Sobre el capítulo 8. Comentó Polino…

– Quique estás OUT ¡Cera descartable o nada! https://diariodeunperdedordotcom.wordpress.com/2013/12/19/capitulo-8-decisiones/

Capítulo 8: Decisiones

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– Escuchá, tomé una decisión. Me la voy a hacer esta semana, sí o sí.

– ¿Quién habla?

– Quique, torta boba.

– ¿Qué querés a esta hora? Son las tres de la mañana. ¿Te volviste loco?

– Bueno, no exageres. Es que ya tomé una decisión y quería contarte.

– ¿De qué me estás hablando, tarada? 

Hay personas en la vida que realmente la pasan mal. Pierden el trabajo, no tienen auto y tienen que tomar tren o colectivo, se les mueren los padres de cáncer, o tienen ellos mismos uno y están haciendo la quimio; y después, del otro lado, cruzando un abismo, allá lejos, lejísimos, pero en esta misma vida, están las personas como Quique. A las personas como él nunca les pasa nada y como no les pasa nada se inventan problemas; encrucijadas que resolver, dudas que despejar, decisiones que tomar. Y claro, las toman a cualquier hora porque a las diez de la noche están igual que a las tres de la madrugada. No tienen sueño porque no trabajan o porque lo que hacen no requiere demasiado esfuerzo o concentración. Entonces, no se les cansa el cuerpo ni la mente. Con esto no estoy diciendo que yo esté del lado de las personas que la pasan mal. Yo no tengo cáncer, mis papás tampoco, nunca viajé en tren y no conozco el colectivo. Para ser honesta, en el trabajo tampoco hago demasiado esfuerzo, pero a las tres de la madrugada, un día de semana, estoy durmiendo seguro. Y con suerte, si el Clonazepam me pegó bien estoy soñando que soy chiquita, que estoy andando en bicicleta por las calles de mi infancia o que estoy en un Shopping enorme repleto de locales en liquidación comprando y comprando.

Cuando Quique me despertó, por ejemplo, estaba soñando que manejaba un Audi Q9, tocando todos los botones del tablero, encendiendo y apagando el aire acondicionado, escribiendo en el GPS Garmín el destino “Miami” mientras el auto me llevaba despacio por unas calles curvas que bordeaban una playa repleta de bikinis Selú, y chicos en sunga Kevinston tomando Gin & Tonic.

Odio que me interrumpan el sueño y no era la primera vez que Quique lo hacía. Pero esta vez se había pasado de la raya.

– Me voy a hacer la tira de cola y más te vale que me acompañes.

– Sos un imbécil. Mañana te llamo.

Cuando a Quique se le mete algo en la cabeza no para hasta conseguirlo. Lo mismo hizo con el gimnasio. Cuando se le ocurrió que quería endurecer los glúteos y la recepcionista del Megatlón le dijo que si llevaba a una amiga le hacían un 50% de descuento, me llamó desde un lunes al mediodía hasta el martes a la mañana cada media hora insistiéndome para que me inscribiera con él. Con semejante experiencia, a la mañana siguiente primera hora, lo llamé y le avisé que lo acompañaría a Longueras esa misma tarde.

– ¿Estás loca? A ese lugar no voy ni en pedo.

– ¿Por qué?

– Porque quiero una peluquería con sistema español.

– ¡Qué asco!

– Yo quiero una con sistema español o nada.

El sistema español consiste básicamente en que la depiladora utilice la misma cera para vos y las setecientas cincuenta y cuatro personas que atiende en el día, filtrado en caliente mediante. Con suerte, si vas temprano la cera te agarra bien porque está casi nueva, pero a la hora que íbamos a ir nosotros la cera apenas le acariciaría las nalgas.

– 6:50 en la esquina de Bulnes y Humahuaca.

– ¿Cómo se llama el lugar?

– Lo de Nora

– No, no la depiladora, torta, ¿Cómo se llama la peluquería?

– La peluquería se llama “Lo de Nora”.

– ¿Vos me estás cargando? ¿A vos te parece que yo me voy a abrir los cachetes del culo en una camilla sucia sin papel para que Nora, la dueña de la peluquería “Lo de Nora”, me arranque los pelos con la cera que usó medio Almagro?

– Pero ¿En qué quedamos? Me dijiste que querías el sistema español, marica.

– Sí, pero no sé, alguna peluquería de Palermo, Recoleta, que la gente parece un poco más limpia. No en Almagro.

– Te cuento algo, idiota. En Palermo, Recoleta, Barrio Norte, Belgrano y alrededores ya no usan el sistema español porque es añejo. Todos tienen cera descartable y vos no querés cera descartable. Te gustan los hongos, las levaduras, la camilla sucia. Sos grasa, ¿Qué le vamos a hacer?

En el fondo lo entendía. La cera descartable es una tortura. Por sus propiedades límpidas, cristalinas y puras, se prende a la carne como una chinche al telgopor y si hay pelos encarnados, los arranca también. Minutos posteriores a la intervención se forma un rash cutáneo en la zona depilada que deviene en prurito si la ropa interior no es de algodón, provocando finalmente una persistente irritación, física y emocional. 

A Quique le afectó la cabeza un artículo que había leído en una Cosmopolitan que encontró en casa: “Los hombres las prefieren depiladas”. Me leyó en voz alta todo el informe y cuando terminó se largó a llorar, mientras me confesaba que jamás se había depilado y que ahora entendía por qué los tipos que se curtía le decían las barbaridades que le decían.

Yo me depilo desde hace el mismo tiempo que hago terapia, nueve o diez años. La primera vez que lo hice sentí que me habían dejado un pedazo de cera pegado en el culo y cuando llegué a casa, pálida y sollozando, le tuve que rogar a mi mamá que por favor me revisara.

– Es la primera y última vez que hago algo así. ¿Escuchaste Malena? Me parece que ya estás grandecita como para que yo tenga que revisarte ¿No te parece?

La depiladora me decía tranquila Malena, cuando ya hayas venido dos o tres veces, vas a ver que no te va a doler más. Ya pasaron nueve o diez años y yo sigo sufriendo como la primera vez. Sobre todo cuando me hago pelvis completa.

Al principio hacerse cavado profundo era suficiente. Si me ponía una bikini H&M  no se me veían pelos y estaba todo bien, no necesitaba más. Con el tiempo, se instauró entre mis compañeras de curso la maldita pregunta -¿No te sacás el bigotito? Y así un 24 de febrero de 2003, temblando pero convencida de que hacía lo correcto, le dije a Nilda: “Pelvis completa y tira de cola”. Ese día supe que cuando una cree haber sufrido de la peor forma, siempre pero siempre, se puede sufrir aún un poco más.

Desde entonces, los 24 de cada mes me hago pelvis completa y tira de cola, y aún se me caen lágrimas de dolor como ese 24 de febrero de 2003. Ni que hablar cuando dos años más tarde el sistema español se convertía en la depilación de la barbarie y el estilo migraba hacia la cera descartable Veet. Ya no solamente lloraba durante diez minutos sin consuelo sino que además transpiraba sudor frío. Si te ponés así no te va a agarrar la cera, me dice Nilda todos los 24. Entonces inspiro hondo, exhalo fuerte, inspiro, exhalo, inspiro, exhalo y mantengo la respiración. A veces no logro controlarme y Nilda enciende un ventilador de pie que direcciona hacia mi entrepierna para poder trabajar mejor.

– ¿Me va a doler Corpo?

– Y sí.

– ….

– Seguí caminando, dale marica que perdemos el turno.

– No quiero, no mejor no, que se vaya todo a la mierda. Soy peludo, soy feo, ya está ¿Qué le voy a hacer? 

– No seas tarada que me costó un huevo conseguir que Nora, la dueña, te depile.

– ¿De qué te reís hija de puta?

– De nada. Dale caminá rápido. ¿Te pensás que tengo todo el día?

– ¿Qué tenés que hacer, a ver? ¿Mirar el sorteo por el medio millón de Susana? Esto es importante. ¿Entendés? A partir de hoy ya no más “traeme la bordeadora”, “despejame el bosque”, “culo de panda” y todas esas cosas; ahora voy a tener un culo pelado, parado y bien duro.

– Entrá y callate, haceme el favor.

Nora estaba haciéndole las manos a una anciana cuando nos vio entrar.

  – Hola. ¿Qué te vas a hacer, mamita?

– Yo nada. Él se va a hacer tira de cola.

– …..

– Teníamos turno a las siete. ¿Tenés para mucho con las manos?

– Y ella se va a hacer pelvis completa y tira de cola, interrumpió Quique. 

– No, no, yo no me voy a hacer pelvis completa ni tira de cola. Pobre. Está asustado, es su primera vez.

– ……

– Vení un segundo Corpo…t… Tamara.

Y ahí fue cuando empezó con la mariconada de que si yo no me depilaba antes que él para que pudiera ver cómo era el procedimiento, no se haría nada.

– Si vos no te la hacés, yo tampoco.

– No tengo pelos ahora ¿Qué es lo que querés que me haga, gay?

– No mientas, hoy es 22. Debés tener más pelos que Alf.

El hijo de puta tenía razón. Sólo faltaban dos días para depilarme. Pero ¿Por qué? ¿Por qué me tenía que sacrificar yo por él? Con el miedo que tengo a la cera reutilizable, a contagiarme hepatitis, herpes, viruela o lo que es peor, a que se me pegue en el cuerpo un pelo ajeno ¡Y de Almagro! Volver al método español en el siglo XXI era como usar pañuelos de tela para sonarme la nariz, un horror.

Discutimos a los gritos en la puerta, mientras Nora seguía con las uñas de la anciana. De vez en cuando levantaba la cabeza y nos miraba por encima de los bifocales imitación Gucci. Quique me dijo cosas espantosas como que yo siempre le estoy pidiendo favores “Haceme gancho con Laura”, “Si la ves a Mercedes, ojo, ayer dormí en tu casa”, “Acompañame al cine con Ariel”, “Hacé escalador conmigo que empieza el body pump”, “etcétera, etcétera, etcétera”. Además, que él jamás en su vida me había pedido algo. Y ahora que estaba en una situación difícil, que nadie lo podía ayudar, que se sentía desprotegido, y que necesitaba esa pequeña, ínfima ayuda, yo, su más íntima, casi hermana, mejor amiga no quería depilarse para que él finalmente pudiera dar ese gran paso.

– ¿Gran paso? ¿Gran paso? Mirá, para que veas que sos un pelotudo y yo otra por hacerte caso, me voy a depilar pero más te vale marica cerda que después no hagas ninguna publicación en Facebook sobre esto porque te juro por mi vida que voy hasta la casa de tu mamá y le cuento que su hijo el farmacéutico, el maestro de catequesis, el abanderado del Lenguas Vivas, tiene vértigo en el culo. Y sabés que lo hago. No me desafíes.

El box era de durlok, y no tenía puerta. Una cortina de tela cortada con los dientes, sostenida por una barra de aluminio cerraba la tienda. No había ventilador y el calentador de cera y filtro estaban plagados de pelos enrulados y cortos. La camilla era de cuero negro pero un tajo en el medio dejaba ver la goma espuma vieja, porosa y sucia. Nora tendió un papel en el centro y me acosté boca arriba en bombacha. Salió a buscar a Quique y entre confundida y molesta le dijo que ya podía pasar.

– Pasa y quedate ahí papito, cuidado con el calentador no te me quemes. Vas a ver que esto es una pavada. 

Miré a Quique una vez y cerré los ojos. Inspiré profundo, exhalé, inspiré de nuevo, empezaba a transpirar. No me había atendido nunca con Nora, por lo que supe de antemano que la pobre no podría consolarme ni solucionar el asunto de mi transpiración. Levanté rápido temperatura y sentí que me explotaban las orejas. Nora tomó la varilla de depilación y la sumergió en la cera recalentada. Una con la que había depilado cavados y tiras de cola de ancianas, mujeres jóvenes, adolescentes principiantes, y por qué no de algún puto coqueto que había leído como Quique el artículo “Los hombres las prefieren depiladas”. Esparció la cera sobre mi pelvis. Estaba muy caliente. Exhalé, inspiré, soplé y le agarré la mano a Nora.

– Está muy caliente la cera, por favor, soplala. Por favor, te lo ruego. 

Ya no me importaba si en el soplido llenaba la cera de patógenos. Eso sería menos dramático que la quemadura de segundo grado que me estaba por hacer Nora. Miré a Quique otra vez; tenía una mano en la boca y los ojos tan abiertos y midriáticos que parecía que se moriría ahí mismo. Quise  contener las lágrimas, sabía que con semejante escena Quique renunciaría a dar el gran paso, pero no pude. Primero débiles y frías hasta las orejas. Después continuas y caudalosas, mojando la camilla. Nora aplicó una tira de trapo sobre la cera caliente y así mi vello-laCera-elTrapo formaron un sistema infalible que me arrancaría hasta las vísceras. Quique me acarició la cabeza con la mano libre, y en el momento cúlmine en el que Nora arrancó el trapo en dirección opuesta al crecimiento del vello, salió del box disparado llevándose puesta la cortina de tela. La barra cayó al suelo y yo rompí en llanto. Nora se acomodó las gafas, me roció con talco y sin decir absolutamente nada salió del box. Tira de cola otro día, alcancé a decirle antes de que se fuera. 

Me vestí, pagué a Nora y caminé hasta la salida, extenuada y triste. Quique estaba en la puerta con su mano todavía en la boca y la otra en el pecho. Me vio y me abrazó fuerte. Quise pedirle perdón, pero en cambio me salió: “Si serás cagona, eh”. Lo palmeé en la cola y nos fuimos en silencio hasta casa. Necesitaríamos varias noches de borrachera para olvidar lo que habíamos vivido. Cuando llegamos, agarró la Cosmopolitan y la tiró por el balcón. Concluyó que aún no estaba preparado para dar el gran paso y decidió que de momento, haría de oso activo. 

 

Capítulo 5: Mil ochocientas cuarenta y siete clases

 – Este profesor es puto.

– Ay Quique, desde que te hiciste marica todos los tipos te parecen putos.

– Hablá más bajo boba, que se escucha.

– ¿Qué me importa? Esta clase es una pedorrada. ¿Me podés decir por qué en vez de estar en el aula de atrás haciendo “Coaching” o “Marketing” o alguna pavada parecida estamos haciendo un posgrado de “Dispositivos Médicos”? ¿Qué mierda tenemos en la cabeza?

No era una pregunta retórica pero Quique- como siempre- me dejaba con la duda hiriente y concreta de por qué después de haber estudiado durante diez años química (todas las posibles), física (todas las imposibles), matemáticas (la única, pero en cuatro partes) y otro sinfín de materias obsoletas nos habíamos inscripto en la casa de estudios de la Universidad de Belgrano para hacer un posgrado de “Medical Devices”.

Era la cuarta clase y la maldita estructura mental con la que un farmacéutico es formado, construido, moldeado, definitivamente no me permitiría abandonar el curso antes de que terminara, en unas…. Mil ochocientas cuarenta y siete clases más. “La perseverancia, la per-se-ve-ran-cia”, “el sacrificio, el sa-cri-fi-cio”.

Me había entusiasmado la primera clase porque el Dr. Molina, famoso en la industria farmacéutica por gordo, carero y chanta, nos había hablado de finanzas, de publicidad, de ventas: escapes de la dura, inflexible y estúpidamente sacrificada carrera exacta de farmacia, mi carrera, la de Quique, la de todos los que estábamos ahí, escuchando con atención- sin break ni cuestionamientos- las palabras de cualquier trajeado que se parase delante nuestro. Una carrera que elegimos por caer en la torpe creencia de que como todas las personas se enferman, los farmacéuticos están llenos de plata. “Nunca vi un farmacéutico pobre”, solía decir mi madre.

Pero ahora, ya farmacéutica, me extraña entonces que con esa lógica no haya estudiado medicina forense porque si hay algo más verdadero que el estamento de que todas las personas se enferman, es que todos –más tarde o más temprano- nos vamos a morir.

Para ser exacta, dura, inflexible y estúpidamente sacrificada, elegir ese posgrado fue por dos motivos: Una confusión y una esperanza. Dos meses antes de que comenzara el curso, que para entonces era para mí sólo un mail informativo en mi casilla spam, había consultado a una astróloga conocida de Quique. A él le había hecho tantas predicciones fabulosas y prometedoras que no dudé un segundo en pedirle los datos de contacto. Cuando estuve sentada con la señora, una gorda cincuentona, que vivía en un departamento venido abajo en Almagro, me había dicho entre otras cosas, que mi actual pareja –yo no tenía una- era un demonio invertido y que en unos meses me destrozaría el corazón, pero que casi al mismo tiempo conocería a alguien muy importante en el ámbito de una casa de estudios. El amor de mi vida, quien revolucionará mis días, a tal punto de desencontrarme a mí misma y abandonar a mi actual pareja.

Recordé al instante el correo en spam y sin vacilar lo pasé al inbox; por último convencí a Quique de que se anotara conmigo diciéndole que él también podría conocer allí al amor de su vida.

El otro motivo por el cual me había anotado, la confusión, fue creer que los integrantes del curso serían importantes y jerárquicos funcionarios de compañías farmacéuticas multinacionales con los cuales podría quedar en contacto, y hacia el final del curso (en unas mil ochocientas cuarenta y siete clases más) tal vez lograse infiltrar mi efímero y decadente currículum, y así poder cambiar de trabajo nuevamente. La multi impersonal para la cual trabajaba hacía unos pocos meses, era aún más decadente que el laboratorio nacional y familiar del cual venía. 

Con lo que me encontré, en cambio, fue con un aula repleta de ex compañeros de la facultad, egresados como Quique y como yo el año anterior y con un contingente de extranjeros sin la más mínima experiencia en el rubro, que se habían venido a Buenos Aires, bajo la justificación dura, inflexible, y estúpidamente sacrificada del estudio y la especialización. Es más, luego de que cada uno se presentara, confirmé que la única que tenía al menos una jefatura de área era yo, y en esa misma clase terminé- sin exagerar- con nueve curriculum vitae, cuatro tarjetas personales, y dos cartas de presentación de compañeros que querían insertarse en la industria.

– ¿Qué te haces la grosa, naba?, se burló Quique después de clase, yendo a buscar su Fiat Uno.

– Mirá corazón, lo único que diferencia a un farmacéutico de otro es el mejor o peor marketing que cada uno hace de sí mismo. Por lo demás, somos todos iguales.

No encontrarme con la pope famosa, moralista y añeja de la industria, hubiese sido un detalle si de todas mis colegas siquiera alguna me llamara la atención o me gustara.

Ninguna, menos que menos, parecía ser el amor de mi vida, quien revolucionaría mis días, a tal punto de desencontrarme a mí misma y a abandonar a mi actual pareja – aunque yo no tuviese una–. 

¿Acaso sería la gordita de la segunda fila con gafas rojas Orbital que no paraba de acotar obviedades en cada silencio de Molina? ¿O sería la flaca con cara de intelectual y soberbia disfrazada de mujer adulta Chatelet, de farmacéutica de hace años? Tal vez alguna de las chicas del fondo…. ¿La que llegaba siempre tarde y orgullosa con su ambo blanco Saber y su caja de balones ridículos de química orgánica? ¿O la rubia de tez blanco Ala que se le entrecortó la voz cuando se presentó y tuvo que confesar que se llamaba Silvia Lamela? ¿Y qué hay con el grupo de las chicas topo? Así llamábamos con Quique a las chicas que de tan feas, desarregladas y antipáticas, parecían salir de las cloacas sólo para venir a cursar y luego volver a acobacharse, volver a investigar, volver a empalidecerse aún más, desarreglarse mejor, volverse aún más antipáticas y feas hasta la próxima clase. ¿Sería alguna de ellas?

Por un instante me tranquilizó pensar que tal vez, el amor de mi vida, quien revolucionaría mis días, a tal punto de desencontrarme a mí misma y abandonar a mi actual pareja – aunque no tuviese una- podría tranquilamente tratarse de un chico y no de una chica. Entonces miré alrededor – y sólo lo hice para que Quique no me torturara más con eso de que no me permitía la epifanía ni la sorpresa-  y me encontré con lo previsible: Chicos con camisas lisas satinadas Absolut abotonadas hasta el cuello, barba candado y gel en el flequillo. Pantalones a medida, prolijos, con dobladillo hecho a mano y hacia adentro, chicos cuidados hasta en el detalle de tener cartuchera. Cartuchera. Sí. Espantan a cualquiera.

Más adelante, casi siempre los pelados y los canosos: Ancianos prematuros que nacieron a los treinticinco y ahora rondaban los setenta, y conservaban de su edad cronológica sólo el documento de identidad que dice que son del ochenta y cuatro, ochenta y tres, ochenta y dos. No pueden ser interesantes para ningún ser humano que desee – aunque débilmente- tener buen sexo alguna vez en la vida.

Para culminar, en la tercera fila el staff de los científico-bohemios: Una mezcla de harapos, barba despareja, anteojos, chivo y morral muy difícil de describir pero infaltables en cualquier carrera relacionada con las ciencias.

Fue entonces, en esa cuarta clase cuando entró el Dr. Esteban Debonis a continuar el seminario de normativa local: Un tipo alto, joven, con rulos despeinados, barba crecida pero al ras, camisa Cardon a cuadros con dos botones desabrochados que dejaban ver unos pelitos sexys en su pecho, Jean Levis y náuticos Hush Puppies; descontracturado, con una voz más masculina que farmacéutica o bohemia, con la que se disculpó por llegar tarde antes de tirar su portafolio Samsonite en una de las sillas desocupadas al lado de los científico-bohemios.

– Éste no es farmacéutico, le dije a Quique.

– Puto tampoco.

– ¿Podés parar un segundo con eso?

Claro que no era ni gay ni farmacéutico y no podía negar que me había encantado.

Inmediatamente corroboré que no tuviese anillo en el dedo anular – la empiria es una materia importante en nuestra carrera-. No tenía, con lo que despejada de tal limitación, me dediqué a observarlo de arriba a abajo. Sin escrúpulos: La camisa Cardon, el Jean Levis, los náuticos Hush Puppies, el pelo en el pecho, su mano izquierda. Tanto lo miré que finalmente se dio por aludido y no tuvo más remedio que preguntarme si quería preguntarle algo o tenía alguna duda sobre lo que estaba diciendo. -Doctora, ¿Alguna pregunta? Tiene una cara. Esto me lo preguntó con su voz masculina, ronca, alta, y delante de todos, faltando nada menos que mil ochocientas cuarenta y siete clases más. Pero qué atrevido. Quique tuvo que darme un codazo para que respondiera porque yo estaba absorta en mis pensamientos, en la astróloga, en la camisa, en la novia que no tenía, en el posgrado, en los ancianos prematuros. Y si bien había escuchado cada palabra de su pregunta, no relacioné ni por un segundo que me la estuviera haciendo a mí.

– Te está hablando a vos, estúpida.

– Ya sé imbécil, le dije a Quique de costado y en voz baja. 

Al Dr. Debonis en cambio le dije “no”, con un “no” desmedido, duro, inflexible, y estúpidamente sacrificado en comparación con la pregunta simple y genuina que me había hecho; de alguna manera quise dejarle en claro que No quería preguntarle nada, que Tampoco saldría con él luego de las mil ochocientas cuarenta y siete clases, que Jamás aceptaría ser su novia, Menos su esposa y Menos que menos permitiría que un banana como él fuese el amor de mi vida, quien revolucionaría mis días, a tal punto de desencontrarme a mí misma y a abandonar a mi actual pareja- aunque yo no tuviese una.-